martes, 22 de noviembre de 2011

Se ve llegar a lo lejos el invierno del 2008 II

El viento me golpea fuerte y hace que me ardan los ojos llenos de lágrimas. No puedo ver bien, necesito que alguien me pida que me quede, que vaya a su casa. Miro mi celular una vez más: ni una llamada, ni un mensaje. "¿Puede alguien acordarse de mi?", ni siquiera la empresa de celulares se acuerda de ese mensaje que religiosamente me manda todos los mediodías. Son señales, estoy haciendo lo correcto. 
Camino hasta la parada del colectivo. Una mujer me ve y pregunta si me robaron. Mi maquillaje está arruinado y yo lloro con ahogo, claro, mil cosas se le deben cruzar por la cabeza a esa pobre señora. "Por favor tranquilizate y explicame qué te pasa", ¿Contarle a un extraño 14 años de vida? "Me fue mal en una prueba".
Quiero salir corriendo y gritar, romper cosas, pegarle a la gente. Quiero golpearme. Quiero pegarme fuerte hasta desmayarme... no puedo hacerlo en la calle, no queda bien, la gente se asustaría y sería un escándalo. No quiero escándalos, tengo que llegar a casa y arreglar cuentas conmigo. 
Me alejo de la mujer, me siento en la puerta de un negocio cerrado... Veo los colectivos pasar, todos me llevan a mi casa pero todavía es temprano para ir. Quiero pensar un poco más. 
Ahí está mi celular muerto: no suena, no vibra, no tiene nada. "Apuesto todo lo que tengo a que si desapareciera del mundo nadie se daría cuenta". Me recuesto y me toco las costillas, eso siempre me tranquiliza. Los gritos de dos nenes que pasan me aturden, se ven tan felices, tan llenos de vida. Y yo acá, tirada en la calle, un alma me diferencia de un muerto. Tal vez si cierro los ojos alguien se preocupe, o me confundan con parte del paisaje habitual... todo es posible. 
"¿La 1 del mediodía?" ya está, es hora de ir a casa. Paro un colectivo y me subo. No dejo de pensar en él que prometió llamar y no lo hizo ¿Donde está cuando lo necesito? ¿Donde estuvo todo este tiempo que yo grité por ayuda? Libre. ¿Donde estoy yo? Cada vez más cerca de mi, cada vez más lejos de él.

martes, 8 de noviembre de 2011

Psicólogos son todos

Me siento en el pasto y pienso. Me duele la garganta, no me hace bien vomitar, pero es mi mecanismo de defensa supongo. Hay problemas y mi cuerpo reacciona así. Mi cuerpo no necesita de mi autorización para lastimarse. 

Me acuesto y miro las estrellas, voy a contarlas todas, no importa si son millones.

Todavía me duele el cuerpo, siempre es lo mismo: Lloro, vomito y me duermo. No sé por qué esa secuencia me da dolores. Todos me dicen que el día en que mi vida esté tranquila, voy a dejar de vomitar. "Vos lo que necesitas es que te mimen".
Desde que el mundo es mundo, todo ser humano cree saber psicología y te aconseja como si tuviera un manual donde dice cada mal y su cura. Bueno, con título de psicólogo o no, tienen razón. Necesito que me mimen. Sí, ya sé, es un cliché.

Agrupo las estrellas de a dos. Todas tienen compañera, ninguna está sola. Me pregunto si hay alguna estrella agrupando personas y todavía no me trajo mi compañero... yo no pienso moverme de acá, lo voy a esperar.

- Él quiere estar para mi como un acompañante terapéutico, una ayuda psicológica. Él sabe que estoy al borde del abismo, quiere darme la mano para que no me caiga, pero en lugar de eso se queda donde está y me mira. No lo culpo.
Él quiere jugar al psicólogo y me quiere analizar ¿Y yo? Yo lo quiero abrazar.

Mientras más pienso, más ganas de vomitar tengo. 

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Se ve llegar a lo lejos el invierno del 2008

Soy esa que va en remera hasta los días más fríos, esa que va con el buzo en la mano o colgado de la mochila. No le tengo miedo al frío, y eso que me enfermo siempre y más estos días: Al colegio con fiebre, a gimnasia con fiebre. Mi mamá tiene muchos problemas como para contarle y sumarle uno más. Tengo miedo que se enoje. No me gusta verla enojada.
Salgo del colegio temprano, una hora antes. No tengo ganas de caminar... quiero acostarme en el piso y mirar el cielo, pero no, no hay tiempo para esas cosas. Tengo que llegar a casa, es mi única chance de estar sola antes de que llegue mamá del trabajo.
Tengo los movimientos de mi casa controlados. Todos los días llego del colegio y 20 minutos después llega mi mamá. La saludo y corro a mi pieza, creeme, no queres estar cerca cuando llega de trabajar. Soy su bolsa de boxeo, su descarga... dice cosas que no quiero escuchar. "No son ciertas, vos sabes que está enojada, aguantá que falta poco" me digo todos los días. Soy mi propio apoyo moral.
Me paro en medio de la calle con mi mochila colgada de un solo lado, con mi buzo en una mano y el celular en la otra. Estoy esperando que llegue una llamada, un mensajito de él.. Él prometió llamar. Sé que nada va a llegar, pero no quiero estar lejos si llega a ocurrir un milagro. Quiero escucharle la voz por última vez.
Pasan los autos al lado mío, y yo cierro los ojos pensando que tal vez pueda venir algo grande y hacer el trabajo por mi. Una bocina me saca del trance y un hombre me grita para que me pare en la vereda y salga de ahí "te van a matar, nena". Sí, ya lo sé. Camino, hasta la esquina de Av. Mitre y ahí me quedo un rato.
Gente que camina, chicos que corren, dos chicas que pasan gritando, una familia... lo normal. Me paro y lloro, no puedo creer lo que me pasa. ¿Por qué a mi? Miles de millones de personas en el mundo y yo acá, triste, a punto de convertirme en una estadística.
Todos siguen caminando, nadie me ve parada en la esquina, nadie ve los golpes en los brazos, nadie ve mi maquillaje corrido, no me ven llorar. Soy invisible.
Miro a lo lejos mi colegio, le saco una foto mental y me lo llevo guardadito. Pasaron 40 minutos y mi celular nunca sonó... Ya lo sabía.