domingo, 24 de marzo de 2013

Sin cordura

     Bianca emprendía el viaje de regreso a casa. Cargaba en su hombro todo el peso del mundo amontonado dentro de su cartera, (última colección otoño invierno). La compró para aliviar el dolor en una de esas tardes  de terapia shopping, de esas que dejan agujeros de bala en su tarjeta de crédito y hacen sufrir al recibo de sueldo, que aún no llega.
     Su vestido negro, también nuevo, dejaba ver los huesos de su espalda, que le habían costado semanas de hambre y cuentas que pagar. Estaba lista para que el Diablo se la lleve de esa esquina oscura, pero a menos que Lucifer se manejara con la línea 75 a Lanús, eso no pasaría. Estaba decidida a salir victoriosa de esa noche sin sentido que se había forzado a pasar en uno de sus intentos por ser espontánea y divertida.
      La contradicción y las tarjetas de crédito, eran los mejores amigos de Bianca. Forzarse a ser espontánea  y tarjetear hasta tener que dejar de comer para pagar sus cuentas era su vida, eran sus 7 días de la semana desde aquel abril en que decidió mudarse sola.
     La ceniza de su cigarrillo se perdía en el viento y la ley de prender uno para que el colectivo aparezca por arte de magia a la vuelta de la esquina, se había consumido en el fin de la primer cajetilla.


     "No sé qué vendrá primero: el cáncer del pulmón, el colectivo, el resumen de la Visa o la cordura.... Cualquiera menos la cordura".




     

      

sábado, 2 de marzo de 2013

Heme aquí

Y arrodillada ante su Dios, rezó.

     Padre, heme aquí abandonada, sin tus alas para abrazarme, esas que no siento hace tiempo. Heme aquí sin tu mano para tomar, sin milagros y sin tu calor ¿Se te han enfriado las manos, Dios? O seré yo la que, congelada en este eterno invierno, ya no percibe ni las chispas de un incendio.
     Dame una respuesta, señor, cura mis rodillas lastimadas de tanto caer, sacia mis muñecas sedientas de dolor, cose las heridas que alguna vez sanaste con fe. Oh, padre, devuélveme la esperanza que, cuando niña, me fue arrebatada.
     Y con las manos llenas de lágrimas, me rindo, me dejo ir en rezos sin respuestas. Me dejo ir a otro lugar. Me dejo ir. Huyo a mi pasado y bebo el veneno que me prohibí el día que tomé tu mano, rozo el pecado una vez más, señor. Hoy me convierto en una pecadora despechada por tu desamor.


Y parada ante el altar, dejo caer sus lágrimas y se rindió.